El 17 de marzo el ministro de Relaciones Exteriores de la República de Azerbaiyán Elmar Mammadyarov emprendió una visita oficial a Chile, Argentina, Uruguay y Paraguay. Según los despachos oficiales, Mammadyarov aprovechará su viaje por la Segunda Conferencia de Alto Nivel de las Naciones Unidas sobre la Cooperación Sur-Sur, que se realizará la Ciudad de Buenos Aires del 20 al 22 de marzo, para sostener entrevistas de distinto tenor en la región, con el objetivo de intensificar las relaciones bilaterales.
Desde el Consejo Nacional Armenio de Sudamérica vemos con preocupación su visita. Sería sencillo simplemente referirse a la postura negacionista del Genocidio Armenio que esta república sostiene, política de Estado de la cual Mammadyarov constituye uno de sus principales ejecutores. Cualquier informe internacional evidencia la falta de libertades que se profundiza desde Bakú, y los casos de corrupción probados (y que generaron condenas de, por ejemplo, parlamentarios europeos) orientados a ocultar esta realidad. Que un asesino por odio a los armenios condenado como Ramil Safarov haya sido exaltado y homenajeado debería bastar para generar preocupación sobre lo que ocurre en ese país del Cáucaso donde la dinastía Aliyev tiene el control absoluto, persiguiendo a la prensa y aniquilando todo vestigio de oposición política.
Sin embargo, entendemos que los encuentros se sostienen para buscar puntos en común, posibilidades de cooperación y de inversión, y no para señalar las falencias del otro Estado. Pero también es cierto que los representantes del pueblo deben velar por los intereses de sus representados. Azerbaiyán no sólo ha permitido e instigado ataques a armenios dentro de su territorio como los Pogromos de Sumgait, violado repetidamente el alto el fuego en Nagorno Karabagh o premiado a asesinos como Safarov, sino que a través de su presidente Ilham Aliyev ha señalado que sus principales enemigos “son los armenios de todo el mundo y los políticos corruptos que los apoyan”, entre ellos los de los países de Sudamérica.
Además, hay periodistas, artistas, empresarios y dirigentes políticos de esta región que forman partes de “listas negras” confeccionadas en Bakú. El delito del que se los acusa es, en general, haber ingresado a la República de Artsaj (Nagorno Karabagh) sin su permiso, a pesar de que hace décadas que no tiene control efectivo sobre la misma. Azerbaiyán no solo coarta las libertades de su propia prensa, sino que intenta impedir que la del resto del mundo realice su trabajo. Finalmente, quienes se reúnan de la buena fe con Mammadyarov deben considerar cuán intrínseca es la armenofobia en todos sus actos de política exterior, que ante el menor rechazo local a permitir, por ejemplo, la reivindicación en el espacio público de sus héroes nacionales (en muchos casos verdugos de armenios y disidentes) cualquier promesa de inversión desaparece.
Es por ello que advertimos que la presencia de Mammadyarov, como la de cualquier representante del estado azerbaiyano, debe ser recibida con la debida preparación y el conocimiento de cómo esta república, que intenta promocionarse como pujante y tolerante de la diversidad, amenaza y persigue también a ciudadanos de países de Sudamérica, sean o no de origen armenio. Cualquier profundización de relaciones que no contemple estas situaciones, supone un peligro real para las comunidades armenias, para quienes buscan justicia por el Genocidio Armenio y para quienes bregan por ejercer el libre ejercicio de sus profesiones sin gobiernos que los persigan.
Consejo Nacional Armenio de Sudamérica | 18 de marzo de 2019.