
El negacionismo del Genocidio Armenio es la política deliberada de la República de Turquía y sus aliados para negar, relativizar o banalizar el crimen cometido por el Imperio Otomano y la República de Turquía contra sus ciudadanos armenios entre 1915 y 1923. Esta acción criminal, que forma parte del delito del genocidio, busca eliminar la memoria de las víctimas y evadir la responsabilidad de los perpetradores, especialmente el Estado turco.
Desde el momento de la destrucción física del pueblo armenio y de su patrimonio cultural, los responsables pusieron en marcha un sistema de negación y transformación de la verdad histórica. El historiador Richard Hovannisian (2001) plantea que la aniquilación completa de un pueblo necesita también de la destrucción del recuerdo. “Los manuales escolares fueron controlados por el Estado mediante pautas de contenido” y “la negación se sostuvo mediante un contrato implícito entre el Estado y la sociedad turca” (Boulgourdjian, 2020). Así fueron borrados los armenios de la historia hasta llegar a sostener que no habían estado allí.
Hoy, un siglo después de haber sido cometido, el gobierno turco sigue rechazando su implicación en el asesinato masivo de armenios durante los primeros años del siglo XX, por ello adquiere una singular actualidad. Se utiliza, sistemáticamente, el aparato estatal para privar a los ciudadanos del derecho a la memoria. Todo totalitarismo comienza cuando se les quitan los recuerdos: se silencian los textos, acallan la memoria social y cultural, tanto de los perpetradores como de los testigos y las víctimas.
La negación del Genocidio Armenio por parte del Estado turco se transformó de la negación absoluta a la racionalización, relativización y a la banalización (Hovannisian,1999). Esta estrategia se basa en convencer que no existió la intención de eliminar a un grupo específico. El artículo 2 de la Convención para la Prevención y Sanción del Delito del Genocidio lo define como “cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpretados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso […]”. Teniendo en cuenta que el elemento constitutivo del crimen de genocidio es la intencionalidad, su refutación es primordial.
La falsificación y alteración de la historia son parte de la fase última del genocidio: el negacionismo. La negación no es solo borrar la conciencia de los hechos, también es la reinterpretación y revaloración.
Una de las formas de llevarlo a cabo es la manipulación y el cuestionamiento de las estadísticas para minimizar o sembrar dudas en el número de víctimas y así relativizar la gravedad del crimen. En el caso armenio los negacionistas manipulan las cifras para relativizar la presencia armenia en la región. Robert Smith (1989) dice que, “al sugerir que armenios y turcos murieron aproximadamente en igual proporción al tamaño de la población (un 25%), busca demostrar que los armenios no pudieron haber sido seleccionados para su destrucción, porque de haber sido así, el porcentaje de muertes armenias habría sido mucho mayor”.
Como parte de eliminar la historia colectiva, el genocidio cultural contra la población armenia conintúa: se destruyeron iglesias y monumentos armenios y se eliminaron inscripciones armenias.
El Estado turco que se construyó luego de 1923 necesitaba de mitos nacionales. “Es palpable la devastación que se produciría si los turcos tuvieran ahora que estigmatizar como “asesinos y ladrones” a aquellos a quienes ellos han considerado como “grandes salvadores” y “personas que crearon una nación de la nada” (Taner Akçam, 2020). Entonces, reconocer el genocidio le generaría una gran pérdida de poder, y de identidad colectiva.
El actual presidente de Turquía, Recep Tayipp Erdogan es el principal portavoz del negacionismo del Genocidio Armenio ante audiencias globales, en tanto que en numerosas ocasiones frente a la sociedad turca ha reivindicado el crimen cometido y a sus ejecutores. En 2020, previo a la agresión militar conjunta de Turquía y Azerbaiyán contra Artsaj, Erdogan prometió “terminar con la misión que nuestros antepasados han llevado a cabo durante siglos en el Cáucaso” en alusión directa al genocidio. Una vez concluida la agresión, durante el “Desfile de la Victoria” en Bakú que presidió junto a Ilham Aliyev, Erdogan bendijo la memoria de Enver Pashá, reivindicando a uno de los integrantes del triunvirato gobernante otomano que planificó, ordenó y ejecutó el Genocidio Armenio en 1915-23. Anteriormente el mismo año, Erdogan utilizó públicamente el término despectivo “restos de la espada”, que se utiliza en turco para referirse a los sobrevivientes armenios, griegos y asirios de las masacres ejecutadas por el Imperio Otomano y la República de Turquía.
Las embajadas de Turquía en todo el mundo sostienen el discurso negacionista oficial, promoviendo actividades presuntamente académicas con expositores negacionistas, acosando a activistas por el reconocimiento del Genocidio Armenio y difundiendo en medios de comunicación su discurso oficial de incitación al odio contra el pueblo armenio.
